ANNECY Y DIJON EN SILLA DE RUEDAS
Por fin me decidí hacer un viaje en avión con la silla de ruedas. Hay mucha información en las páginas web de los aeropuertos y las compañías aéreas, pero como hasta que no te ves en la situación, no te fías de lo que te puedes encontrar, iba con algo de nervios por la novedad.
Previamente, solicité la asistencia al comprar los billetes con Iberia y lo reconfirmé por correo. Todo estaba planificado, sólo faltaba que llegara el día.
La compañía recomienda estar con al menos dos horas de antelación en el mostrador de asistencia de Barajas. Menos mal, que fuimos con algo más de tiempo, porque el mostrador estaba hasta arriba. Había mucha gente que solicitaba el servicio, sin haberlo reservado previamente, por lo que se formó una larga cola porque a cada uno había que tomarle los datos y asignarles un acompañante según la necesidad de cada uno. Por ello, es muy recomendable hacerlo con antelación porque en mi caso, fue decir el nombre y ya estaba todo preparado.
Viajaba con mi familia y con la Triride por lo que no necesitaba ayuda hasta llegar al avión. Lo que sí que es recomendable, es que te acompañen para facturar el equipaje y pasar el control de seguridad, porque te ahorras la cola.
En el mostrador de embarque, te identifican la silla y la moto. Insistid en que os la dejen hasta llegar a la puerta de embarque porque si se la llevan a la bodega no la ves hasta la salida y aunque todo es plano las distancias en algunos aeropuertos son largas.
Al llegar a la puerta de embarque te dejan que te acompañe la familia, y en nuestro caso, como volábamos en un avión pequeño, no tenía finger para embarcar y lo hicimos con un camión plataforma que sube hasta la puerta del avión. Antes, te suben a una sillita estrecha, mientras por la ventana ves como se llevan tu silla y la moto y la meten en la bodega, todo con cuidado y mimo. El embarque y el traslado a la butaca lo hacen los asistentes sin ningún problema, al igual de el desembarque. En general, el volar no es ningún problema y está todo muy bien organizado.
Os podéis olvidar de cualquier duda o miedo porque está todo muy bien adaptado, rampas, servicios, ascensores, etc.
Llegamos a Ginebra, donde habíamos alquilado un coche. Para llegar al parking de los coches de alquiler, hay que coger un autobús gratuito. Este saca una rampa para poder entrar con la silla, así que tampoco hay ningún problema.
Salimos de Ginebra en dirección a Annecy, llamada la perla de los Alpes franceses. Es la ciudad más importante de la alta Saboya, a orillas del lago con el mismo nombre.
Habíamos reservado habitación en el Hotel Le Splendid Hotel Lac D’Annecy. En un correo les pedía que me enviaran una foto del baño para poder hacerme una idea de la adaptación, ya que como sabemos, es un concepto que está muy dado a interpretación y era la segunda duda que me hacía junto con el viaje en avión. No me las mandaron porque decían que no tenían esas fotos. Así que a la aventura y que sea lo que Dios quiera.
El hotel está perfectamente situado junto a la ciudadela y el mercadillo de Navidad, que es a lo que íbamos principalmente. La habitación resultó estar razonablemente accesible y el baño, también estaba “practicable”.
Había estado hacía 6 años en esas mismas fechas y recordaba que el vientecillo que venía de los cercanos Alpes nevados y que recogía humedad al pasar sobre el lago llegaba a la ciudad en forma de biruji tremendo.
En cuanto salimos a la calle, se confirmó. Un frío que pelaba, así que hay que ponerse capas y más capas para no quedarse helado.
Haciendo de la necesidad virtud, en aquella zona han desarrollado una forma natural de no sucumbir ante las bajas temperaturas. En los puestecillos del mercadillo navideño, hay una ollas de cobre que desprenden un vapor dulzón, especiado y sugerente. Vino caliente con canela, clavo y no se qué especias más y ligeramente azucarado. Un “vin chaude”. Esto te arregla el cuerpo y te revive. Notas como el calentito te va entrando y agarrándolo bien con las manos, te desentumece los dedos congelados. Una maravilla. Lo hay tinto, blanco, sidra caliente y zumo de manzana especiada calentita para los que no beben alcohol. En algún puesto había uno que indicaba que le habían metido ron, lo cual debe ser la bomba. Este no llegué a probarlo, no vaya a ser que me hagan soplar con la silla y me pongan una multa.
El centro histórico de Annecy es una pasada. Las casas y callejuelas medievales están super bien conservadas y está lleno de restaurantes y tiendas de artesanías y accesorios de montaña, debido a la cercanía de los Alpes.
Hay dos cosas fundamentales para recorrer el centro de Annecy. Lo primero es llevar los empastes bien fijados porque el suelo es de adoquines y vas pegando botes a todas horas. Lo segundo es no querer subir al castillo por donde va rodo el mundo porque es una subida que ningún motor eléctrico que no sea super turbo podrá subir. En mi caso, cuando ya me estaba quedando a media subida y el motor de la Triride estaba diciendo basta y la tracción empezaba a patinar, me empujó un chico que pasaba por allí, al que también se le debió quitar el frío. La subida es tremenda. Y para colmo, estaba cerrado y no pudimos visitarlo. La bajada está asociada a la máxima prudencia y sentido común. El que no quiera acabar en el lago o estampado en una pared de piedra del sigo XVI, deberá asegurarse que los frenos funcionan. Nada de agarrar las ruedas e ir poco a poco. O tienes unos frenos en condiciones, o piensa en una nueva dentadura. Es como bajar la rampa del aquaparc pero en la silla. Esto es sólo para la subida al castillo. El resto está planito y con muy pocas cuestas.
Para volver a reponerse tras el susto de la subida al castillo y recuperar calorías, hay que probar el típico Tartiflette o una fondue de queso. Lo primero es una mezcla de patatas, beicon, cebolla y un queso Reblochon fundido por encima. Una bomba calórica que te deja nuevo. La fondue de queso se puede pedir con varios ingredientes, champiñones, trufa, diferentes mezclas de quesos, etc., pero la que a nosotros nos gustó más fue la clásica. Queso fundido y mojado con daditos de pan. En algunos restaurantes te incluyen una pequeña ensalada, que ayuda a refrescar. Si pedís agua no tiene por qué ser embotellada. Casi siempre te ponen una botella con agua del grifo que está muy rica. Y al estar al lado de la zona de Borgoña, pues que menos que probar alguno de los famosos caldos locales. Eso sí, cuidado con los precios, porque no son a lo que estamos acostumbrados en España. Aquí son de otra tarifa, aunque no obligatoriamente mejores. Se puede pedir el vino en copas, garrafa de medio litro y botella completa.
En general, toda la ciudad tiene rampas y accesos practicables, poco desnivel, (salvo el castillo) y al tener el hotel tan cerca, no me metí en ningún servicio público, ero si vi, que tenían el cartel de la silla.
También hay que decir, que vi relativamente pocas plazas de PMR en el exterior. En los parking de pago, aunque algo estrechas, hay plazas reservadas en todos ellos.
En Annecy hay varias iglesias bonitas para visitar, lo que realmente es bonito es el callejear por la ciudad antigua. En un par de días se ha visto lo principal y podemos pasar al siguiente destino.
A 3 horas de Annecy, por la autopista llegamos a Dijon, la antigua capital de Borgoña y conocida sobre todo por su mostaza.
Dijon ya se ve una cuidad más grande y con otra fisionomía no tan dedicada al turismo. Aunque la ciudad antigua, también tiene un encanto especial. La catedral, la iglesia de Notre-Dame y el Palacio de los Duques valen la pena visitarlos. En todos ellos, hay una entrada lateral con rampa para evitar las escalinatas.
Aquí ya hay varios mercadillos navideños y en todos ellos, tenemos nuestro vinito caliente para coger fuerzas y temperatura. La sensación de frío no es tan cortante como en Annecy porque no hay lago, pero no conviene confiarse, porque también rasca.
En Dijon tenemos la parte más medieval con sus callejuelas empedradas y otra con edificios más “imperiales”. Y lo que a todo amante de la gastronomía le va a encantar es el mercado. Aquí encontramos puestos con manjares y delicatessen impresionantes. Desde los quesos, fiambres, marisco, especias, panes, confituras y frutas y verduras con una presentación y calidad, que harán que a cualquiera se le haga la boca agua.
Dijon es sobre todo conocida por la mostaza. Hay tiendas dedicadas exclusivamente a estos productos como la de Maille, donde te ofrecen variedades de todo tipo. Eso sí, cuidado, que algunas pican de lo lindo y parece que te chisporrotea el cerebro.
Una de las especialidades de Borgoña son los caracoles, pero no estos pequeños atigrados que conocemos de Sevilla, no. Unos caracoles enormes, casi como una pelota de golf. Vamos, que con media docena ya has comido. Y luego está el boef Bourgignon, que es un estofado de carne muy rico. En general, en Francia no hay que tener miedo de pasar hambre, porque al que le de yuyu lo de los caracoles, siempre encontrará una variedad de comida en la que seguro que encuentra algo que le guste, sean los patés (una especie de empanada rellena), los fiambres, sopas o la interminable variedad de quesos, bien regados de un vinito local.
Dijon también está muy bien adaptada, salvo alguna obra que te obliga a deshacer el camino para encontrar una rampa que te permita cruzar, está todo pensado para circular en silla. Pocas cuestas y en general, la gente es muy respetuosa y atenta con los “monoplazas”. ¡Aunque cuidado con los pasos de cebra porque no suelen parar!
Igualmente recomiendo llevar una ayuda motorizada para no acabar con el manguito rotador del hombro tocado, buen abrigo para los meses de invierno y ganas de ver arquitectura medieval, probar sabores nuevos, atreverse con alguna mostaza de sabor exótico y cuando el frío empiece a meterse por alguna rendija de la ropa, hacer una parada estratégica para tomarse un vinito caliente o un zumo de manzana caliente en un puestecito navideño.
Post escrito por Jose Luis Navarro.
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